Cultivar una amistad es aprender practicar con destreza el arte de la convivencia humana. Consiste en callar a tiempo, auxiliar - con discreción - antes de que se lo solicite. Es pasar por alto todas las faltas de los demás para detenerse en las virtudes y gozarlas. Disfrutar de muchas confidencias con alguien que comparte idénticos afanes, historias, vocaciones. Sin embargo, cuanto más valioso es querer y jugarse por aquel que es diferente, no coincide con nuestros puntos de vista y se mueve en las antípodas de nuestro ámbito, pero nos conoce con profundidad, se preocupa por nuestra salud, respeta nuestros amores.
Tener amigos es saber que, en ocasiones habrá monólogos de uno u otro lado, que no buscan consejos, sino un canal de desahogo. Es además no tener vergüenza de llorar ni molestarse, porque el otro se derrumba. Es pedir perdón y concederlo; no envidiar y acompañar en las malas al que sufre, aunque hace mucho que no lo vemos. Es llamar primero después de un enojo, tocar un timbre, un recuerdo o un nombre en el momento justo. Es poder equivocarse, distraerse, no cumplir y ser comprendido. Es gritar, discutir y terminar en un abrazo.
Un amigo es alguien que nos defiende cuando cien o mil personas nos condenan. Si no idealizamos al prójimo, después no tendremos que horrorizarnos ante sus imperfecciones, y no estaremos solas y solos.
Alguien nos salvará, aun de las caídas merecidas, si aceptamos a los demás con sus cualidades y sin juzgar sus debilidades.
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